Su poesía, como su vida, ha sido accidentada y
hermosa: por estos días cumple 50 años de ejercicio literario cotidiano
-y de amorosa unión con Isabel-, donde la pelea con el verso es un reto
permanente al igual que lo es con una sociedad envilecida por la codicia
y la desesperanza.
José Luis Díaz-Granados
De los poetas colombianos nacidos entre 1940 y 1950, sobresale de
manera singular Armando Orozco Tovar, bogotano de origen chocoano,
descendiente directo de Jorge Isaacs y casado con María Isabel
García-Mayorca, nacida en Guamal (Magdalena), de estirpe samaria,
biznieta del general Joaquín Riascos, y poeta ella también de
deslumbrantes duendes multicolores.
Orozco Tovar (1943) cumple su destino poético de manera febril,
poseído por un deseo furioso de convertir en palabra el ángel luminoso
que se revuelca dentro de su alma. Su poesía, como su vida, ha sido
accidentada y hermosa: por estos días cumple 50 años de ejercicio
literario cotidiano -y de amorosa unión con Isabel-, donde la pelea con
el verso es un reto permanente al igual que lo es con una sociedad
envilecida por la codicia y la desesperanza.
Como la inmensa mayoría de los poetas, Armando Orozco Tovar ha
sobrevivido cada día con oficios afines al de su creación: el
periodismo, la cátedra universitaria y la militancia política, desde
obrero en un combinado de vidrio en Marianao, Cuba -país donde vivió con
su familia durante cinco años y donde recibió el grado de Licenciado en
Periodismo en la Universidad de La Habana- hasta jefe de redacción de
la revista Margen Izquierda y colaborador permanente del semanario VOZ,
en Bogotá, pasando por una fugaz candidatura a la Cámara por Boyacá en
1966.
Jamás le ha sacado el cuerpo ni el alma, ni mucho menos la pluma, a
lo que Neruda llamó “los deberes del poeta”, esto es, la lucha sin
tregua por lograr una sociedad más racional y más justa que la comedia
de equivocaciones en que vivimos actualmente.
Cuando publicó su primer libro de poemas, Asumir el tiempo
(1980), ya hacía diez años que había obtenido importantes galardones
literarios como el “David” en La Habana y el de la Segunda Bienal de
Poesía Novel, también en la capital de Cuba.
Este bello libro, escrito con gotas de ron y llanto, con la conmoción
por el camarada muerto o por el amor reencontrado y conformado por los
ideales supremos de su existencia, recoge veinte años de producción
poética: 1960-1980. Orozco consigue allí presentar una colección de
expresiones novísimas “con el sortilegio de una poesía llana -al decir
del maestro Luis Vidales, prologuista del libro-, conversacional, de
acentos familiares, de los que ha huido la resonancia grandilocuente de
las viejas escuelas de la versificación que tanto encantaron el oído de
generaciones pasadas…”.
Posteriormente, Orozco publicó Las cosas en su sitio (1983), Eso es todo (1985), En lo alto del instante (1990), Para llamar a las sombras (1994), Visiones (1999), Del sonámbulo imaginado (2004) y Radar del azar
(2010). Desde hace más de una década escribe unas amenas memorias a
manera de crónicas semanales, bajo el título Notas amargas (como parodia
de las Gotas amargas, de José Asunción Silva), junto con una
ambiciosa y fulgurante novela autobiográfica que en la actualidad lo
acosa –intitulada Para no despertar a Isabel-, cuando la lucha por el
pan de cada día, los fantasmas del país que se va y la entrañable
bohemia le dejan horas de sosiego.
Sus más recientes libros presentan una poesía más depurada, donde el
poeta se muestra dueño de su plenitud a través de una verbalidad serena y
reflexiva. “Es una buena poesía revolucionaria”, afirmó el sacerdote y
poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, porque en sus versos Orozco Tovar
recrea los temas de nuestro tiempo y trasmuta la horrible realidad
actual en piedras preciosas de esperanza. Su poesía se prolonga en el
amor a Isabel, a sus tres hijos: Alejandra, María Fernanda y Camilo
Ernesto, y a sus nietos.
Armando ha sido un militante revolucionario de tiempo completo. Me
enorgullezco de su amistad y de su cálido compañerismo. Lo admiro como
el primer poeta de mi generación y estoy seguro de que pronto algún
generoso mecenas o una institución cultural editará la totalidad de sus
libros (o una amplia antología poética), de quien ya es patrimonio de la
literatura colombiana, latinoamericana y del Caribe.
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