El destacado poeta, novelista, ensayista y periodista
cultural, José Luis Díaz-Granados, en una conversación con este
semanario, se refiere al oficio de escritor, a algunos problemas
estéticos y de la relación entre la poesía y la militancia política. Y
desde luego, a sus 70 años de vida
El poeta José Luis Díaz-Granados.Alberto Acevedo
José Luis Díaz-Granados estuvo por estos días de cumpleaños. Nació
en Santa Marta, el 15 de julio de 1946. Conocido en los medios
culturales del país por una extensa obra poética, galardonada en
Colombia y en el exterior, pero además por sus ensayos literarios, sus
novelas, su labor como periodista cultural y profesor universitario,
aprovechamos la ocasión para conversar sobre su trabajo. –Hacia el año 1800, en una elegía llamada ‘Pan y vino’, el
poeta Holderlin se preguntó: “¿Para qué poetas en tiempos de miseria?”.
Han pasado más de doscientos años y la miseria se ha globalizado. Le
hago la misma pregunta.
–Holderlin hizo esa frase que fue muy famosa. Eso hizo repensar La República
de Platón que excluía a los poetas. El general Rafael Uribe Uribe, que
es uno de los revolucionarios más grandes que ha dado Colombia, se
refería también con cierto desdén a los poetas. Es normal, porque el
poeta por sí mismo es un rebelde. El poeta siempre está cuestionando la
realidad, por eso se refugia en su idioma personal, en su mundo
personal. Hasta dónde la imaginación del hombre puede llegar a
trascender. Eso hizo que Luis Cardoza y Aragón dijera: “La poesía es la
única prueba de la existencia del hombre”.
Esa capacidad de imaginar una verbalidad, un idioma y de cuestionar
las cosas que no le parecen. Yo pienso que es muy necesario porque el
arte está vinculado inequívocamente a la política, siempre ha sido así.
Los grandes poetas han sido políticos: Dante Alighieri, Virgilio,
Homero, Walt Withman, quien llegó a predecir lo que era el imperio de su
país.
En tiempos de miseria, lo comprobaron los dos poetas franceses Aragón
y Eluard en la segunda guerra mundial, cuando ellos leían los poemas de
circunstancias, los poemas urgentes de Aragón. En la resistencia el
consuelo era enorme. El poema ‘Libertad’ de Paul Eluard, se lo
aprendieron hasta los niños en la resistencia francesa. ‘Libertad, yo
escribo tu nombre’, en los pupitres, en las paredes, en las escuelas.
Contra las fuerzas del sistema
–¿Considera, en ese sentido, que hay una ‘poesía de conciencia crítica’, como artefacto poético, como praxis?
–Hay un poeta que incluso es de derecha, Ezra Pound, considerado uno
de los grandes poetas del siglo XX, escribió una obra magnífica, entre
muchas otras que escribió: el ‘Poema contra la usura’, que fue la manera
con que él condena a la sociedad capitalista. Es decir, la usura es el
único pecado que Cristo no perdonó. Es lo horrible de este sistema
capitalista y el poeta se opone con todas sus fuerzas a este sistema. –Con frecuencia, en el oficio de poeta se plantean dos
problemáticas: entre el modo de hacer (poiesis) y el modo de ser
(ásthesis). ¿Cómo se conjuga esa situación?
–Para ser poeta es fundamental desarrollar una profunda sensibilidad.
El poeta es un ser social. El verdadero poeta es un hombre que se
frunce ante la injusticia. El poeta, lo que va a edificar, a construir
con su obra, es ese sentimiento que se convierte en pensamiento y luego
se convierte en palabra. La poesía es pensamiento, palabra. Uno puede
escribir sobre el Apocalipsis, y en realidad no está escribiendo nada
religioso sino una realidad social de su tiempo, es un testigo de su
tiempo. No puede haber un divorcio entre el ser personal y el desarrollo
de la obra. Es lo mismo.
Neruda era eso. Picasso era hombre-obra. Picasso de sus cantos, de
sus cuadros íntimos pasó a pintar profundamente adolorido el sueño y
mentira de Franco, e hizo una serie de bocetos que desembocan en el
Guernica, que es el cuadro más emblemático del siglo XX.
Derivados de la poesía
–Usted ha hecho poesía durante los mismos 50 años en que el
país ha vivido en guerra. ¿Cabe una reflexión metapoética sobre la
crisis?
–Sí. No solamente me ha hecho brotar poesía social, testimonial,
poesía sobre los años de la guerra sucia. Por ejemplo, yo fui víctima,
tuve que ir al exilio. La poesía no solamente es la sensibilidad tan
ferviente del amor por la palabra, sino también los derivados de la
poesía, testimonio, crónica, novela, narrativa, cuento, ensayo,
comentarios en Radio Habana-Cuba, toda clase de crónicas que tuvieran
que ver con la violencia, es decir, poetas que vivieron la violencia, en
el siglo XIX.
Poetas como Jorge Zalamea, en El sueño de las escalinatas,
hasta dónde puede enjuiciar al hombre, que ha sido culpable de todo
esto, el hombre ambicioso, codicioso, y al final sin embargo, lo
absuelve. Cree en el hombre, cree en el futuro, en una sociedad mejor. –El poeta, cineasta y fotógrafo iraní, Abbas Kiarostani
escribió: “Era un poeta político / o bien un poeta politizado: su poesía
cubierta de política / y su política / vacía de poesía”. ¿Cómo se
resuelve esa relación poesía y militancia?
–Yo no diría que soy un poeta político sino un poeta con ideas
políticas. Entonces ahí sí me acuerdo de Neruda: “El que critica mi
poesía política, decía Neruda, es que no le gustan mis ideas políticas”.
No soy un dirigente, pero sí soy un animal político como decía
Aristóteles. Tengo ideas políticas, ideas de justicia social, de una
sociedad mejor.
Un libro me curó
–¿Es la poética, como la política, una herida que no se cierra nunca?
–Ah, sí. Yo diría, más que una herida es como una terapia. La virtud
terapéutica del arte estoy convencido que existe, es precisamente para
aliviar heridas. Yo he tenido dolores grandes en mi vida, de
adolescente, la muerte de mi padre; y más que los psicólogos, o las
lecturas, me curó un libro de Neruda que se llama Extravagario, un libro lleno de humor y de alegría de vivir. Entonces creo en la virtud terapéutica de la poesía. –¿Cómo es un día en la vida de José Luis Díaz-Granados?
–Yo leo constantemente, estoy leyendo. Desde mi adolescencia sufro de
insomnios y a media noche me despierto y pienso en algunos proyectos
personales. Por ejemplo, actualmente estoy compilando mi obra, porque
uno no debe tener obras inéditas. Uno debe publicarlas. Tengo una amiga
que tiene 92 años, la poetisa Dora Castellanos, y ella dice: “Prefiero
morir pobre y no inédita”. Porque todo el dinero de su pensión se lo
gasta editando libros. Ella es muy prolífica.
Entonces, yo estoy compilando mis obras. Uno tiene que hacer su
trabajo, y que sea útil, que produzca en mi poesía algún poema útil. Que
algún verso produzca un goce estético, un placer espiritual. He tenido
esa satisfacción con el poema que escribí hace cuarenta años que se
llama Alba. Iván Benavides le compuso la música y se hizo una canción
que fue muy popular en los años 80. –Si los amigos que más lo quieren, se aparecieran en este
momento, de la mano de la vida, y lo pidieran cuentas de su trasegar por
estos 70 años, ¿usted qué diría?
–Me siento satisfecho, pero con muchos duelos y quebrantos, con
muchas equivocaciones, en el sentido de que hoy en día me pongo a pensar
que hubiera hecho esto de otra manera. Por ejemplo, hubiera sacado un
título profesional, porque esta sociedad me ha cerrado muchísimas
puertas por falta de un título, sabiendo los que me contratan, que tengo
la capacidad de ejercer esas funciones, la ley me ha trancado
muchísimo. Entonces yo haría una carrera profesional.
Hubiera sido mejor marido. Como padre, creo que lo he hecho bien.
Hubiera viajado más, desde joven. Hubiera publicado menos. Acabo de
publicar mi poesía completa, tres tomos, seiscientos poemas, yo creo que
cien bastan. Pero de resto, me siento satisfecho, he superado mis
problemas de salud graves, saltado matones toda mi vida, pero he
sobrevivido. Confieso que he vivido y que he bebido.
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